Ulises lo sabía. Tenía que resistir a la tentación. Se amarró al mástil más seguro del barco y se puso cera en los oídos.
El canto melodioso de las sirenas es atrayente. Algunos han sucumbido a esa llamada de seducción y se han lanzado al encuentro de lo que soñaban sería un placentero encuentro y los ha recibido la piel escamosa de un monstruo.
Ulises tiene resistencia. Pero en el último instante la hija del sol a logrado derretir la cera de sus oídos y él ha pensado que un velo a caído de sus ojos y viendo la verdad encantado con la más hermosa voz a roto los amarres que lo protegían y ha ido al encuentro maldito.
Sus amigos han querido disuadirlo. Algunos han querido rescatarlo y sólo han conseguido ser transformados en animales salvajes. La poderosa mafia de las mujeres sirena tienen un hechizo que no tiene límites. Y un grupo de hombres ahora corren como bestias en la oscuridad de un bosque encantado.
El tiempo se distorsiona. Un día pueden ser apenas unas horas y un día se siente como una semana y la isla solitaria en la que ahora vive Ulises junto a la reina de los conjuros transformadores han hecho de él un afiche de lujuriosos placeres que ella controla a su antojo.
Si tan sólo hubiera puesto un poco de resistencia. Pero el mito no se puede alterar y la historia dice que así fué según lo dicho por los aldeanos milenarios que Homero escuchó de viva voz y cuya verdad se mantiene a través del tiempo.
Pasan los siglos y seguimos resistiendo al dulce canto seductor que nos orilla a la dulce tentación de abrir la puerta y en un falso sueño de placer en realidad encontrarnos al infinito abrazo de las sombras.
La embarcación a la deriva nos lleva a una nueva manera de percibir el día y la noche. Ulises lo sabía. Su cuerpo bronceado por el sol y su mente marcada por ensoñaciones a la luz de las estrellas ya no distingue el paso de los días.
Texto y Foto: Luis Felipe Cota Fregozo.